Óscar Molina
Hay lugares que no se construyen con ladrillos, sino con tiempo. Con pasión silenciosa. Con una idea que se repite, que se afina, que se convierte en convicción. La Gaia, el restaurante gastronómico de Ibiza Gran Hotel, es uno de ellos. No nació bajo el foco de la ambición. Nació en un lobby bar, en un rincón tranquilo, casi discreto. Pero desde el primer día tuvo algo que no se aprende ni se imita: alma. Hoy, con una estrella Michelin, dos Soles Repsol y una reforma que lo redefine por dentro y por fuera, La Gaia inicia una nueva era. “Es un sueño cumplido”, dice Óscar Molina Salazar, chef ejecutivo, con la voz serena de quien ha vivido cada paso del camino.
La nueva identidad del espacio, firmada por el estudio de interiorismo de Sandra Tarruella, abandona lo ornamental para abrazar lo esencial. Blancos, materiales naturales, arcos, luz cálida. Una atmósfera de serenidad mediterránea que deja respirar la propuesta sin robarle protagonismo. “La inspiración no es tanto una casa payesa como el propio Mediterráneo. Queríamos calma, sosiego, un espacio que acompañara la experiencia”, asegura Molina.

Pero no es solo una cuestión estética. El cambio es estructural, técnico, emocional. Ahora, La Gaia cuenta con un equipo de 24 personas, liderado por Molina y su mano derecha, Jonathan Yelamos. Se ha creado un departamento de I+D con la tecnología más puntera: destiladoras, liofilizadoras, vortex. “Antes veíamos esas máquinas en los congresos. Ahora forman parte de nuestra cocina diaria. Eso nos permite explorar caminos donde antes no podíamos llegar”.
Esos nuevos caminos se reflejan en una carta dividida en dos recorridos conceptuales: ‘Illa’, que representa lo terrenal, lo consolidado, los sabores de la isla que han marcado la identidad del restaurante; y ‘Horitzó’, que significa “horizonte”, y encarna la proyección hacia el futuro, la experimentación técnica, la creatividad sin anclas. “Illa es lo nuestro, lo que ya forma parte de La Gaia. Horitzó es lo que vendrá. Y ambos son inseparables. Esta temporada defendemos tres conceptos: territorio, comunidad e historia. Queremos que los platos hablen de eso”.
Esta temporada defendemos tres conceptos: territorio, comunidad e historia
A esa dualidad se suma una experiencia “à la carte” que permite una experiencia más flexible, pero sin perder profundidad. “No queríamos que un cliente viniera, pidiera tres platos y se marchara sin entender qué es La Gaia. La carta está pensada para que, incluso eligiendo libremente, se viva la experiencia”. Y es que en La Gaia, este año todo ha sido repensado: desde la imagen de marca hasta el diseño de la vajilla, pasando por la selección de proveedores o el ritmo de sala. Nada es accesorio, todo responde a un propósito común: emocionar sin necesidad de alardes. “Nunca nos hemos guardado nada. Lo que no hicimos mejor antes fue porque no podíamos. Ahora, con los recursos que tenemos, vamos a llegar mucho más lejos”, afirma el chef. Uno de esos recursos es también su espectacular bodega, con más de 1.200 referencias, convertida ya en una de las más interesantes del panorama balear.

Y si La Gaia representa el alma más refinada de Ibiza Gran Hotel, este año se suma el contrapunto perfecto: Musa, un espacio más desenfadado y vibrante, que rescata el espíritu de los inicios del proyecto gastronómico del hotel. “Musa es la parte canalla. Platos para compartir, sabores potentes, coctelería muy cuidada. No sigue la estética del sushi ni pretende imitar tendencias. Es una propuesta que invita a disfrutar con libertad”. Musa no compite, complementa. La Gaia no repite, evoluciona. Juntas, trazan una nueva narrativa gastronómica en la isla, que consolida a Ibiza Gran Hotel como un destino culinario total, maduro, con identidad propia.
Así, Ibiza Gran Hotel escribe un nuevo capítulo donde cada concepto tiene su lugar, su carácter, su lenguaje. Y La Gaia —desde su nueva piel, su nueva voz, pero su mismo corazón— demuestra que los proyectos con verdad necesitan tiempo, pero cuando maduran, son imbatibles. Porque algunos lugares se hacen a sí mismos, con el tiempo, con las personas, con convicción. Y cuando por fin llegan a ser lo que siempre quisieron ser, no hace falta explicarlos. Basta con sentarse a la mesa y dejarse llevar.







