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El Carnicero. El oasis secreto entre cactus y cócteles

El Carnicero. El oasis secreto entre cactus y cócteles

Javier y Emanuel © ffmag

En una isla como Ibiza, acostumbrada a la espectacularidad, al lujo desmedido y las modas efímeras, es raro encontrar espacios que sorprendan por su sencillez. El Carnicero lo hace. No solo por su carne, que también, ni por su impecable trayectoria durante más de una década. Lo que de verdad impacta en este restaurante es lo inesperado: y es que cada vez que crucemos su puerta, algo nos sorprenderá. Lo último, su exuberante jardín de cactus que, mezclado con viñas, higueras y granados, aparece como un espejismo en medio de la ciudad, y que se ha convertido en uno de los rincones más singulares de la noche ibicenca.

Cuando cae el sol, El Carnicero despierta. En cuanto la luz baja y la isla se transforma, este rincón entre campo y ciudad comienza a llenarse de vida. Las brasas se encienden, las mesas se preparan, y el jardín de cactus, ese pequeño oasis escondido, cobra su propio protagonismo. No hace falta reservar mesa. Ni pedir un chuletón. Basta con entrar, sentarse en la barra o junto a los cactus, y dejarse envolver por la atmósfera. El jardín se ha convertido en un punto de encuentro para quienes buscan una experiencia diferente: relajada, íntima y sensorial.

T-bone a la brasa. Restaurante El Carnicero Ibiza

T-bone © El Carnicero

 

Carne y mucho más

La carta de El Carnicero es una declaración de amor al producto. Su propuesta gira en torno a carnes seleccionadas con exigencia, procedentes de orígenes nacionales e internacionales, con una atención especial al proceso de conservación y cocción. Desde el chuletón de vaca vieja gallega, con su característico sabor profundo, hasta cortes nobles de Black Angus norteaméricano, cortes australianos o lomo alto argentino, aquí cada pieza responde a una lógica: la excelencia sin artificios.

El fuego, visible, vivo, abierto, es su gran aliado. Las brasas marcan el ritmo de la cocina y definen su carácter. No se trata solo de asar carne, sino de interpretar cada corte, entender su fibra, su grasa, su reacción al calor. Por eso, además de la técnica, El Carnicero trabaja con un equipo experto en cortes y maduraciones, que mima cada pieza antes de llegar a la parrilla.

Chuletón. El Carnicero Ibiza

Chuletón © El Carnicero

Y, aunque El Carnicero nació con vocación de asador, en sus más de diez años de historia, el restaurante ha sabido encontrar un equilibrio entre fidelidad al producto y adaptación a las nuevas formas de disfrute. En ese sentido, abrir el jardín a quienes no van a cenar ha ampliado el público, diversificado la experiencia y reforzado la personalidad del lugar como espacio social, no solo culinario. Uno puede llegar tarde, sin reserva, pedir un cóctel, elegir una copa de su extensa y sorprendente carta de vinos por copas y simplemente estar. Ver pasar la noche entre cactus y palmeras, mientras suena un tema de jazz o electrónica suave: suena bien ¿verdad?

Este enfoque ha conectado especialmente con el público local y con visitantes que buscan una alternativa a las clásicas “previas” a una salida nocturna. No es un club, no es un beach club y no es un restaurante al uso. El Carnicero es un lugar con identidad propia, con luz baja, conversaciones largas y ese tipo de lujo discreto que solo se consigue cuando todo está medido pero nada se nota.

Desde el jardín de El Carnicero, entre luces tenues y aroma a campo, la isla se ve con otros ojos. El bullicio queda lejos, la carne reposa en las brasas, la coctelera se mueve con calma. Es ese tipo de sitio que no necesita gritar para ser recordado. Basta con pasar una noche, o solo unas horas, para entender que hay rincones en Ibiza que aún saben guardar un secreto.

Restaurante El Carnicero Ibiza

 © El Carnicero

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