“Donde lo imposible es posible [...]”. Así comienza el vídeo promocional de la Denominación de Origen Calatayud, en referencia a las duras condiciones climáticas y geográficas a las que se enfrenta la viña en estos parajes. Y es que ésta es una tierra dura, agreste, donde hiela más de cinco meses al año y el viento gélido (el cierzo) te parte por la mitad. Sus terrenos pedregosos, son surcados por una intrincada red de afluentes del Ebro, entre ellos el Jalón, el Jiloca, el Piedra, y el Ribota. Y cuando llega el verano, el calor es insoportable. La diferencia térmica entre noche y día es notable. El vídeo prosigue: ”Nací donde muy pocos pueden crecer […], pertenezco a los opuestos, […], viñedo extremo”. Y creo sinceramente que no puede describirse de mejor manera esta zona. Enclavada en la provincia de Zaragoza, la DO Calatayud, comprende 46 municipios y linda con Teruel, Guadalajara y Soria desde donde los vientos traen el frío del imponente Moncayo.
Las tribus celtas que habitaban la zona ya cultivaban viñedos y hacían vino allá por el siglo II a. C. Con la llegada de los Romanos la producción de los caldos se implementó y modernizó. A partir del s. VIII, con la invasión musulmana, las viñas quedaron abandonadas, pero con el avance de los cada vez más pujantes reinos cristianos se recupera el cultivo de la uva y la producción de vino como un elemento identificativo de la cristiandad. En el s. XII, se funda el Monasterio de Piedra y sus bodegas ya dan fe de la importancia de la producción vitivinícola en la zona. El punto álgido de la la producción vínica tanto en Calatayud como en el resto de denominaciones de origen de Aragón, viene en el ultimo tercio del siglo XIX, cuando la filoxera había prácticamente aniquilado la vid francesa y la zona aragonesa aún estaba libre de plaga, lo que provocó que muchísimos productores y comerciantes del otro lado de los Pirineos pusieran los ojos en sus vecinos y aumentase exponencialmente durante unos años el cultivo de vid y la producción de vinos. Si bien sí es cierto que la producción de vino a principios del siglo XX era muy artesanal y se centraba en pequeñas bodegas excavadas en las laderas de la montañas a modo de galerías, donde se almacenaba el vino en toneles de cerezo o depósitos de cemento para ser vendido al mayor. No obstante, en los 50 los productores ya se habían agrupado en cooperativas y en 1989 se creo definitivamente la DOP, la DO de Aragón más recientemente reconocida (a excepción del vino de Pago Aylés).
La Garnacha es la reina
De toda la superficie destinada a viña en la DO, un poco más de 3.000 HA, aproximadamente el 85%, está destinada a producción de vino tinto. Y de ésta, más de la mitad proviene del cultivo de la Garnacha Tinta (aproximadamente el 54% del total de la superficie de la DO). Y es que esta uva, que en un pasado no muy lejano fue denostada por vulgar y sustituida por tempranillos, está recuperando mucho protagonismo en nuestro país (señal inequívoca de que los gustos han vuelto a cambiar). Aquí se está cuidando con esmero esta variedad, incluso se han recuperado viñas centenarias ya que está perfectamente adaptada a las condiciones edafoclimáticas de la zona, siendo una viña agreste que se cultiva en las laderas de las sierras hasta una altitud de unos mil metros De hecho, en la DO hay una calificación especial, “Calatayud Superior”, por la que los vinos etiquetados bajo este distintivo tienen en sus composición, al menos, un 85% de uva garnacha procedente de viñedos de más de 50 años que no superen los 3.500 kg de producción por hectárea. No obstante, otras variedades cuyo cultivo está permitido por el Consejo Regulador de la Denominación de Origen Calatayud son Tempranillo, Syrah, Mazuela (Cariñena), Merlot, Cabernet Sauvignon, Bobal y Monastrell.
Por otra parte, y aunque la principal producción es de tintos, también se elaboran unos notables vinos rosados y blancos y las variedades permitidas por el Consejo Regulador de la DO Calatayud son Viura, Garnacha blanca, Malvasía, Chardonnay, Gewurtraiminer y Sauvignon Blanc.
Notas de cata y características comunes de los vinos de DO Calatayud
Hablar de las notas de cata de los vinos de la Denominación de Origen Calatayud es generalizar. Y generalizar siempre es arriesgado. En primer lugar porque la cuenca de Calatayud tiene tres zonas bien diferenciadas: las sierras exteriores, la fosa y el piedemonte. Las alturas de los viñedos varían, por lo tanto entre los 550 y los 1050 m. Por otra parte, aunque la mayoría de los suelos son pedregosos y pobres en nutrientes, encontramos arcillas, pizarras, gravas y margas que hacen que los matices del vino varíen sensiblemente. Así las cosas podríamos destacar que los vinos tintos de garnacha presentan un color cereza, con aromas de frutas del bosque, moras, grosellas cuando provienen de viñedos cultivados en suelos más arcillosos. También encontramos especias, como la canela y el clavo, y minerales cuando los vinos proviene de viñedos cultivados en formaciones pizarrosas o cuarcíticas.
No obstante, sí podríamos remarcar que los vinos de la DO Calatayud, pese al efecto Terroir (se llama así a la diferenciación que adquieren los vinos por las diferencias climatológicas, o edafológicas del lugar de cultivo), cuentan con una alta acidez tartárica, lo que les dota de una extraordinaria frescura. Además son amplios en boca, amables y carnosos. En lo que a acompañamiento se refiere hay que destacar que estos son vinos con un marcado carácter y una fuerte personalidad, ideales para acompañar un asado, un ternasco, una buena carne roja, e incluso, algún guiso de carne de caza o rabo de toro, y arroces de carne. No es, sin embargo aconsejable para pescados, a excepción quizá de alguna especie de sabor fuerte, como la sardina. También es ideal para acompañar quesos, especialmente de oveja y curados, e incluso frutos secos.
Por su parte, los vinos blancos, que representan apenas el 8% de la producción total de la zona son vinos que mayoritariamente provienen de la variedad Macabeo, uva perfectamente aclimatada a la cuenca del Ebro. Son vinos muy frescos por su acidez, y con mucha fruta (pomelo y manzana). El los últimos años hay una serie de agricultores que están apostando por la Garnacha Blanca para producir unos caldos de gran originalidad.
En cuanto a los vinos rosados hay que destacar que la mayoría de ellos son elaborados a partir de la variedad Garnacha Tinta. De color rosa pálido y aromas florales (rosa) e incluso frutales (frutos rojos). En general son vinos amables, frescos e intensos en el paladar.
Los blancos y rosados de Calatayud son muy fáciles de maridar por su frescura. Resultan ideales para el aperitivo y para acompañar ensaladas y pescados y todo tipo de arroces.
Enoturismo en la Denominación de Origen Calatayud
La zona que comprende la DO de Calatayud es ideal para practicar el enoturismo dada la impresionante belleza agreste del paisaje. Además de una completa ruta del vino, visitas a las bodegas, diversas actividades de cata y maridaje, podemos disfrutar del golf, la caza o la pesca.
Así mismo, los amantes de la Historia encontrarán en esta zona todo un paraíso. Y es que a orillas del río Jalón, en la localidad de Huérmeda, se encuentra Bílbilis, una ciudad Prerromana sobre la que los propios romanos erigieron una ciudad en el siglo II a.C. y aunque está en proceso de excavación se puede visitar el Foro, el teatro (con capacidad para 4.500 personas), las termas y algunas vivienda. Por otra parte también podremos encontrar verdaderas joyas del arte mudéjar, de las que existe un gran número en la comarca, dada la importancia que tuvo la propia ciudad de Calatayud (que llegó a ser capital de una Taifa) durante la invasión musulmana.
Visita obligada es también el Monasterio Piedra, un inmenso complejo cisterciense construido a partir del s. XII, a caballo entre el Románico y el Gótico y que está enclavado en un paraje idílico en el que el río Piedra discurre caprichoso entre la arboleda del bosque dibujando un bucólico cuadro de pozas, lagos y cascadas que harán las delicias de los amantes de la naturaleza. Por cierto, que el propio monasterio (que dejó de pertenecer a la Iglesia tras las desamortizaciones) ha sido transformado en un estupendo hotel y alberga el Museo del Vino. Sin duda, una visita inexcusable.