Desde hace más de 20 años Carles Abellán es lo que podríamos llamar una de las vacas sagradas de la gastronomía y la restauración barcelonesa. De familia de clase media, su padre no quería bajo ninguna circunstancia que fuese cocinero. Sin embargo, su madre lo apoyo y gracias a su confianza y a su propio tesón y esfuerzo el chef barcelonés llegó a crear un emporio gastronómico en la ciudad Condal que aglutinaba cinco restaurantes, más de cien empleados y una facturación astronómica.
Ganó una estrella Michelín. La perdió. La volvió a ganar con un local que pensaba cerrar y lo trasladó. Su pasión por la tapa de toda la vida le ha llevado a glorificar este bocado tan nuestro y convertirlo en arte.
Los desastrosos efectos colaterales de la pandemia, que tanto ha castigado al sector hostelero y turístico, no le han esquivado y le han obligado a cerrar tres de los cinco restaurantes que llevaban su firma en Barcelona. Ha sido un año muy duro que le ha obligado a replantearse las prioridades lo que le ha hecho dar un vuelco a su vida: replegadas velas en Barcelona, hace dos meses hizo el petate y, junto a su mujer, decidió abandonar la gran ciudad y venir a vivir a Formentera, donde ha abierto un Tapas 24.
Hoy, Carles Abellán es una persona totalmente distinta, reinventada. Su rostro relajado, voz tranquila y ademanes pausados demuestran que Formentera ha conseguido hacer mella en el curtido y estresado hombre de negocios de ciudad que ahora parece no tener prisa. Con su amplia sonrisa y un brillo de alegría en los ojos, el chef catalán irradia (y contagia) felicidad. Sentado a una de las mesas de su local de Formentera nos recibe para hablarnos de este último año, de su nueva vida en Formentera, de sus objetivos próximos, entre los que está la inminente apertura de un Tapas24 en Singapur, y de cómo afronta el futuro.
Carles, cuando hace dos años viniste al último WE ARE FACEFOOD tuvimos una charla en la que salió el tema de Formentera y de lo estupenda que era la isla para abrir un restaurante y me jurabas que no ibas a abrir un restaurante en Formentera. Y sin embargo, al final acabas de abrir un restaurante en...Formentera
(entre risas) La verdad es que no, no quería abrir un restaurante en Formentera, no te mentí (más risas)…… ¿qué ha pasado? El comercio y la hostelería de Barcelona empezaron a sufrir mucho a partir de 2017 con el atentado de las Ramblas. Ahí comenzó a girarse la tortilla. Además, en 2020 aparece todo esto de la pandemia y nos pilla con unas inversiones muy fuertes y nos deja con los negocios en la UVI y con unas perspectivas fatales. Al principio puse en ERTE a 90 personas. Pensábamos que iban a ser 15 días porque nos tenían un poco engañados y no tuve la suficiente visión. Pero ya con el segundo confinamiento y el segundo cierre de restaurantes vi claro que de los cinco restaurante que teníamos, tres se iban al garete. Y a partir de ahí ha sido una lucha con los impuestos, con hacienda, con la Seguridad Social, con el Ayuntamiento, con los proveedores… en fin, una lucha titánica. En este momento, yo estaba buscando vías de escape para salir adelante, me llama un amigo de Formentera y me propone abrir aquí. Y al principio le digo, “oye, que yo no quiero abrir un restaurante en Formentera”. Pero me lo pienso un poco y le llamo y le digo “¡Qué carajo, vamos a montar un restaurante!”. Y me enseña este local y le digo, “pero tío si esto no tiene playa ni nada…”, pero me lo pienso y digo, “Carlos, ¿Sabes qué?, ¡que mejor! Que no necesitamos playa y sólo trabajar 5 meses al año matándonos…”.
Pero no es que sólo hayas abierto en Formentera, es que, además, te has mudado a la isla.
Es que lo que quiero ahora no es sólo pasar esta pandemia, que la superaremos, lo que realmente quiero es cambiar de vida. No quiero trabajar 16 horas cada día como un loco. No quiero seguir en esa angustia que he pasado durante toda la pandemia. Ha sido muy duro psicológicamente, tanto que he llegado a pensar que igual me daba un pico de estrés y me quedaba en el camino. Cuando ha salido esta oportunidad de montar esto aquí he pensado: “muy bien, montamos un Tapas 24, abrimos todo el año menos tres meses, me mudo aquí y desde aquí me muevo, y me va a cambiar la vida”. Y ahora llevo dos meses en Formentera y así ha sido, me ha cambiado la vida. Me levanto a las 6 o 7 , hago de jardinero, los recados, un poco de bicicleta... Todo va a otro ritmo, no hay esta inercia, esta prisa de la ciudad, este agobio de “hay que mejorar la producción, hay que hacer más dinero”… ¡Calma! ¡Vamos a cocinar, a disfrutar, a hacerlo bien, a pasarlo bien. Hay que hacer dinero, pero para vivir… ! En eso estoy encantado en la isla.
¿Y qué retos te has marcado a corto plazo?
Lo cierto es que quiero centrarme en Formentera y en el proyecto de Singapur y punto. Estoy buscando calidad de vida. Quedar con mis amigos para irme con la bicicleta, salir con mi mujer a comer, eso es calidad de vida. Y hay que aprender a decir que no, porque el dinero es importante pero hay que aprender a vivir con menos y aquí, en Formentera, menos es más…
¿Como ves el panorama gastronómico en Formentera?
Cada vez mejor. Hay gente que está haciendo cosas fantásticas. Hace quince años que conozco la isla y cada vez se hacen las cosas mejor. Han venido muchos grandes cocineros de fuera como Nandu Jubany y la propia gente de aquí también se ha puesto las pilas.
¿Y qué diferencias encuentras con respecto a la hostelería en Barcelona?
Pues mira, otra cosa que me gusta mucho con respecto a Barcelona, ¿sabes qué es? Que el público me viene súper relajado, a disfrutar, tranquilos, todo les va bien, no hay ese estrés, esa inercia de Barcelona que condiciona todo y si encima les haces un poquito más de caso salen encantados. Y ese es nuestro oficio, hacer feliz a la gente. Algo que se nos había olvidado bastante. Ahora estoy dejando de ser tan empresario para ser más cocinero, o más restaurador, y ese es un cambio que me apetece mucho porque llegó un momento que todo eran números y porcentajes, que sí, que está bien, que hay que llevar las cuentas de explotación bien, pero yo me pasaba muchísimas horas a la semana haciendo números. Y ahora veo que hay que disfrutar de la familia, de los amigos, del trabajo, hay que sacarse ese estrés que yo llevaba antes encima porque tengo casi 58 años, y aunque tengo la cabeza como si tuviera 30 ya no los tengo.
Estoy dejando de ser tan empresario para ser más cocinero, o más restaurador, y ese es un cambio que me apetece mucho
Osea que estás feliz en Formentera…
Estoy haciendo un cambio profesional, pero también un cambio personal. Llevo 22 años en solitario en esta aventura empresarial. Siempre he cumplido, he pagado religiosamente los impuestos, y ahora llega esto (la pandemia y la crisis derivada) y te dices a ti mismo “yo no quiero estar en esta carrera, quiero tener mi oficio, que me de para vivir y chao pescao”. Hace dos años, cuando estuvimos en Ibiza en el WE ARE FACEFOOD hice un estudio para ese evento y me di cuenta de que en 18 años he creado 19 marcas, 19 negocios y me ha hecho pensar que vivimos como si la vida no se terminara.
Suena casi como si agradecieras la pandemia...
Doy gracias a la pandemia de esto, no porque nos hayamos pegado un golpe tremendo con los negocios sino por haberme hecho darme cuenta de que hay que pensar en lo que de verdad importa, de que tenía que cambiar de vida; el día solo tiene 24 horas y al final piensas “hemos hecho esto, y esto, y esto otro,...” y al final muchas veces al ver lo que has tenido que dejar para lograr algo piensas “¿para qué?”. ¡Estoy tan contento de estar viviendo aquí! Ahora vamos tres o cuatro días a Barcelona, vemos una película en el cine, vamos al teatro, a comer fuera con algún amigo, pero sabemos que nos quedan dos días para volver al paraíso.
Ahora vamos tres o cuatro días a Barcelona, vemos una película en el cine, vamos al teatro, a comer fuera con algún amigo, pero sabemos que nos quedan dos días para volver al PARAÍSO.